ACERCA DE LA
OBRA DE ARTE
(Breve ensayo, acerca del
pensamiento de Blanchot)
“Quien
se consagra a la obra es atraído hacia el punto en que esta se somete a la
prueba de su imposibilidad “
En
este sentido lo que quiere decir
Blanchot es que Rillke: concibe el arte
como experiencia.
Pero esa experiencia no es el recuerdo de lo
vivido, sino que es olvido, olvido que es también silencio, contacto con el
ser.
Vuelta
al origen, un recomenzar, que en la
plenitud del silencio se hace de nuevo palabra. La palabra que es comienzo, la
primera palabra de un verso.
La
experiencia lo es en cuanto a la muerte misma, en cuanto lo es también,
frente a la posibilidad de lo que no se alcanza.
La experiencia se convierte en el olvido; en
ese olvido se produce la metamorfosis del ser, metamorfosis que es a su vez, la vida convertida en la nada, en experiencia
de la nada, mediante el olvido de si, del ser, y en ese olvido del ser,
brotan entonces, las primeras
palabras que son auroras cotidianas en la nada misma de lo incesante.
“Escribir
para poder morir, morir para poder escribir “
Solo
puede morir quien es capaz de morir
contento. La experiencia también lo es,
en cuanto a la muerte misma, en cuanto lo es,
a lo que no se alcanza; por más cercano o próximo que se encuentre. La experiencia se convierte
olvido, y es allí mismo en donde se da la metamorfosis del ser. La cercanía
con la muerte, metamorfosis, que es a su vez la vida convertida en la nada, en la
oscuridad terrible del comienzo originario de la palabra y la palabra se tiene aquí, como el comienzo del ser, en pleno…
Y es aquí, en donde se escucha también, el canto de las sirenas, aquel canto que
implica un riesgo, algo en lo que no se debe caer, puesto que es a su vez, aquello que obstaculiza la obra.
El canto de las sirenas y el silencio que tiene en común el abismo, Ambas son en
sí, el abismo, en donde las palabras
desaparecen.
En
donde la música que suena invita a un a
la desaparición, a un desaparecer; por lo mismo su canto que lleva a al olvido,
lleva también a la región neutra, en donde la música incluso desaparece, dando
paso a algo que podríamos llamar un
encantamiento, por cuanto, hay
alelamiento, no obstante la palabra
apropiada es; a la fascinación. El canto de las sirenas, es pura
fascinación, es el canto de la muerte,
es la fascinación de la infancia y por lo tanto del espejismo.
La
fascinación de la música lleva, es al
fascinación de la imagen, quedando postergado en sí; aquello que es veras para la obra…
Y esta
fascinación de la imagen, lleca a su vez a la fascinación del lenguaje; estado
en el cual, creo, nos encontramos muchos
de nosotros, bajo la cobertura del lenguaje, en el encantamiento de lo efímero…
El
canto de las sirenas y el silencio son
también la invitación a correr ese riesgo
y ese peligro de quedar atrapado en la fascinación; que se da al haber
caído ya, en la región,
de la neutralidad del lenguaje y de la imagen. La imagen deviene
lenguaje y el lenguaje deviene a su vez en imagen, o sea una cosas lleva a la
otra. Entonces de o que
se trate aquí, es también acerca de la
obra de arte, que continuamente va girando en un círculo. Para Blanchot, el arte, tiene un objetivo; él es su propio
objetivo, o sea el arte mismo.
No
un simple medio de ejercer el espíritu; él es el espíritu, que no es sino obra.
La obra es la indeterminación inexistente, de una obra no realizada. La imposibilidad que tiene el artista de morir con la obra; él es ya un hombre
muerto, incluso aún mucho antes de la
obra misma.
“Quien escribe la obra es apartado, el que
escribe la obra, el que la escribió es despedido; quien es despedido además no
lo sabe.
Esa
ignorancia lo preserva, lo distrae, autorizándolo a persevera en la obra misma.
El autor nunca sabe si la obra está hecha”
Así el que persevera, solo puede escuchar lo incesante, lo que nunca se
callara, porque pertenece a la región neutra del lenguaje; la obra de arte es
la dulce voz que incita al olvido y que somete a quien la escucha a una
vagancia eterna…La obra misma es el espíritu, el espíritu mismo es la obra. Así
ese círculo, en que continuamente está
girando la obra de arte, es la prueba de
su indeterminación, la certeza de la imposibilidad de la obra y a su vez la certeza de la imposibilidad que tiene el artista,
frente al dominio aparente que le da la obra misma. Lo que el artista escribe
es a su vez, la inexistencia de la obra
misma.
Porque
la obra no existe, así de sencillo, es una cosa inacabada.
Y
ante lo cual el artista, desaparece para
dar cabida a la obra; la obra es quien despide, expulsa, al artista, lo condena a la eterna errancia.
La
voz que habla en la región neutra del afuera, en donde esa voz no es el, no es
nadie; es el habla incierta. La experiencia de la que hablaba Rillke al
comienzo del texto de Blanchot, se convierte para Becket en la experiencia que lo condena a un círculo
oscuro e inextinguible; más no carente de sentido.
Aquí ya no se trata de escribir, dentro de una
acción del arte dentro del mundo, Aquí ya quien escribe es una “mano enferma”
que no busca ninguna finalidad y que
obedece solo a la exigencia de la mano que lo empuja a segur cayendo en lo
interminable. Es el visajero que siempre estará afuera, errante, fuera de toda
posibilidad en el mundo, aquel que la obra misma expulsa a la inacción, al des- obrar.
Aquí no se escribe por el placer
o por la inspiración, no hay un compromiso con el arte, solo una mano
que no se puede detener y que lo lleva siempre al origen mismo; es la priva de
la imposibilidad de la obra.
La
obra que nunca se realiza. También esa acción inexistente es el acontecimiento mismo del
ser; y a su vez el origen en donde se produce el relato.
El acontecimiento del relato, es el origen de la fascinación misma de la
palabra. La literatura no pertenece a nadie, no habla directa en el lenguaje;
hay solo la extraña lentitud de una mano que se mueve en la sombra. La
literatura no es el habla de nadie, ni el dominio de un escritor, que escribe
para cerciorase de lo que escribe.
La literatura es el encuentro con lo
imaginario. En donde las palabras son voces neutras e impersonales que hablan
desde el origen de las cosas mismas.
“Las palabras deben andar mucho tiempo, andar
lo suficiente para borrar sus huellas y sobre todo para borrar la
presencia autoritaria de un hombre,
dueño de lo que debe decirse”
En una palabra el escritor solo es un medio
para que la obra se manifieste así misma.
Beatriz Elena Morales Estrada © Copyright
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